ELLA


Incluso ahora que miro el pequeño pueblo tras los ventanales de mi cabaña desde lo alto de la colina, y oigo el rumor lejano de las calles (un ladrido agudo y lastimero, una moto que taladra la noche, un televisor en el que alguien habla con voz grave e ininteligible), incluso ahora, ella está aquí, conmigo.

Sé que durante muchos meses desde que llegué a este pequeño pueblo entre las montañas, me quejé de soledad, y hubiera dado cualquier cosa por la calidez del abrazo de un amigo, o mejor aún, por la ternura de alguna mujercita que me consuele en su pecho y me encandile con su coquetería y femineidad... Pero la compañía que estas últimas semanas he tenido, es la peor que cualquiera (hasta el ser más vil y abyecto), desearía tener.

Todo empezó hace seis semanas: a veces, después de terminar mi trabajo de traductor y quedarme hasta altas horas de la noche en el escritorio (saturado de café), al meterme en la cama, cuando me quedaba a oscuras, sentía que alguien posaba una mano sobre mi manta, pero yo no tenía miedo.

Incluso alguna vez (pues sucedió muchas veces), llegué a sentir su cabello sobre mi rostro. Cuando me volvía, obviamente no había nadie, pero percibía sombras con el rabillo del ojo.

Poco a poco, la presencia se fue haciendo más constante, aunque, como les digo, solo veía sombras.

*

Hace dos semanas… (tengo el escritorio frente a la ventana, con una maravillosa vista a las montañas nevadas y al pueblito abajo, en el valle; a mí costado derecho, una pequeña salita, a donde solo llega el débil resplandor de la lámpara sobre el escritorio, que es la única luz que mantengo encendida cuando trabajo); hace dos semanas, me encontraba distraído en el escritorio, mirando a través de las amplias ventanas el titilar lejano de las lucecitas del pueblo, semejantes a esas pequeñas partículas que, por el microscopio, uno ve rondando por las células; el conjunto era semejante a un cerebro vivo, destapado por científicos ávidos de estudiarlo... fue entonces cuando la vi, allí, arrimada como un bulto en la esquina superior de la sala, sobre el mueble.



Es una mujer decrépita; los cabellos grises, largos y greñudos, le cubren el rostro que nunca levanta; camina renqueando, arrastrando los cabellos y sus trapos, para seguirme. Mantiene su distancia (unos seis pasos), nunca habla ni me mira. Es un cadáver horripilante… aunque no me da miedo, en realidad.

Se lo conté la mañana siguiente a la señora de la tienda, cuando bajé al pueblo. Me dijo, no sin cierta reticencia, que en mi cabaña vivió, en tiempos de su abuela, una mujer que los pueblerinos quemaron acusándola de bruja. Me aconsejó que lleve al cura para hacer una misa en la casa, que eche agua bendita, y “saumerie” todos los rincones.

Hacer todo esto me daba apatía, y pensé que mientras la muerta no me incomode demasiado, no me importaba mucho...

EPÍLOGO

He empezado a enloquecer…

Hace un par de días que no la veo, ni siento su presencia, y esto ha empezado a inquietarme… Sé que es una locura, pero uno termina acostumbrándose a todo… incluso a una compañera tan siniestra…

...Y ahora que se ha ido, empiezo a sentir nuevamente el filo de la soledad, el vacío existencial, la sensación de que nada tiene sentido, y pienso y pienso en esto todo el tiempo... y es como si alguien, desde el fondo de un gran y oscuro abismo, pronunciase mi nombre.

*FIN*

No hay comentarios:

Powered By Blogger