Una Chica Extraña...





Sentado en la plaza, la noche se ondulaba como una gatita; solo me acompañaba la chica genio que tenía encerrada en la botella, pero todo era demasiado deprimente en este punto, pues ella ya me había dado todo de sí.


Decidí dar una vuelta por entre los árboles hasta llegar a casa y sumergirme en el libro que estaba leyendo. Entonces la vi. O ella me vio, con unos ojos azules profundos como el océano.


Su cabello era más oscuro que la densidad de la noche. Cuando me acerqué a hablarle, con toda la naturalidad del mundo, me di cuenta de que mi inglés a esas alturas de la noche ya se había ido a dormir, y me quedé como un lobo mirando el queso del reflejo de la luna en el lago.


Ella sonrió, tal vez por mi notoria turbación, mis ojos tristes, o no lo sé. Enseguida dijo algo en castellano. Me sentí muy loco por encontrar a una chica sudamericana en aquel rincón despoblado del mundo.


Me hizo reír su acento argentino y pronto nos hicimos amigos.


Le leí los versos que había escrito como un poseído, y me di cuenta de que eran buenos cuando la noté disfrutando de mis figuras. Tras cada párrafo hacía un comentario sobre cómo se me había ocurrido cada metáfora. 


Creo que supe que yo también le gustaba cuando la invité a mi casa, no sé con qué pretexto. No tenía ni un céntimo, me lo había gastado todo en bebidas fosforescentes. Ella desapareció.


“Hummm", me dije, era demasiado irreal, demasiado linda, también su forma de ser y su modo de entonar las palabras, su modo de llamarme boludo… era todo demasiado perfecto para ser verdad.



*

Me puse a revisar mis versos, tratando de olvidarla; y al rato, apareció a mi lado con cigarrillos. Me dijo: “¿Entonces nos vamos?”

Canceló a su amiga por teléfono y pedimos un taxi. Tras subirse al vehículo frotó sus manos tratando de calentarse, puse mi casaca sobre sus hombros, y me puse a hablarle de mil tonterías, ella reía y yo disfrutaba con su sonrisa, y con su modo de hablar.


Por un momento pensé que al final siempre termino prefiriendo mi propia compañía y libertad, para hacer lo que se me dé la gana, pero esta chica era tan especial que pensé que había llegado el momento de cambiar mis convicciones.


Alguien seguramente se estaría riendo de mí allá arriba.


Una vez en mi departamento, le encantó la vista que tenía, era en verdad un paisaje hermoso, puse “Los Pericos”, mi meta era solo bailar y quizás besarla, pues ya había estado ebrio toda la semana.


Pero ella sacó de su mochila verde una botella de vino, y yo me dije: “Eric, aquí vamos de nuevo”.


Miré todos los vegetales que tenía, el último mes había estado intentando ser vegetariano, saqué un par de copas y nos pusimos a bailar.



*

Pasó lo que tenía que pasar, desperté al amanecer con ganas de tomar otra copa. Salí de la casa, la dejé durmiendo en la cama, no quería que me vea así, que viera mi compulsión.

Estaba tan ebrio que me perdí entre las calles, no pude hallar la casa al regreso. Estaba medio muerto de frío cuando la encontré. 


Ella ya no estaba, me sentí como un miserable, no podía haberla perdido, era la chica de mis sueños. Me tiré en la cama y pude sentir aún la fragancia a manzanas de su cabello.


Creo que soñé con ella toda la semana. Por las mañanas iba al parque donde la había conocido, por las tardes iba a la biblioteca, tratando de olvidarla.
Era como una mosca atrapada en una jaula de vidrio. Me afectó tanto que me olvidé de mí mismo. Me lavaba la cara como un gato triste y salía. Su voz relampagueaba en mi mente, después de haberla conocido me sentía muy solo.


*

Unos días después decidí que ya era suficiente, era tiempo de dejar mi estado catatónico, me di un baño de una hora, y pensé en ponerme aquel traje nuevo que había comprado el día que llegué a esta ciudad extraña.

Al abrir el inmenso ropero del departamento –había pasado un mes y tenía aún todo en la maleta excepto aquel traje—, la vi allí, desnuda, sentada en un rincón, mirándome con aquellos ojos oceánicos.


Me impresioné tanto.


Solo atiné a decirle: ¿qué haces allí, nena?


Pero ella estaba viviendo allí, era feliz allí. Solo quería ser usada por mí como una prenda más. Me sentí muy extraño. Estuvo allí un par de semanas, me la ponía todos los días antes de ir a la biblioteca. Era una chica bastante intensa y complaciente.


Hasta que me dije: “no puedo seguir permitiendo esto, no es normal.”



*

Al volver a casa, abrí el ropero y le dije lo que pensaba, que podíamos ser una pareja genial, que no tenía que vivir allí: la habitación era amplia y el departamento magnífico. 

Sus ojos azules relampagueaban. “Yo viviré aquí, úsame cuando quieras”, me dijo. 


–Muñeca, esta es tu casa, y eres libre de hacer lo que quieras, pero por el amor de Dios, deja de vivir en el ropero porque eso es bastante raro. 


No quiso salir, me molesté y le dije: “si no eres normal, no te quiero”. Y me fui a la calle.


Me embriagué demasiado y dormí en algún rincón de alguna plaza. Cuando volví ella ya no estaba, la busqué en todos los rincones del apartamento.


“Tal vez, si la hubiera dejado vivir allí, todo hubiera sido diferente”, pensé arrepentido.


-FIN-





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