—¡A la
mierda!, “gerente”, quién lo diría.
—¡Jajaja!,
no, yo no soy la gerente, pero mi nombre y número están detrás de la tarjeta.
—Ah ya, ¡jajaja!
—reí, mientras pensaba que esa tarjeta me podía servir para otra cosa.
Fue entonces cuando ella me lanzó su mirada de vampiresa,
me hechizó de una manera loca, instantánea. Eso, y su pícara sonrisa, fueron un
combo magnífico que terminó en Nock Out:
me enamoré de ella.
Hasta que llegó el pelucón de su novio, un tipo que parecía
un ACDC, y pucha, me dijo: “qué pasa con mi novia”, y yo pensé: “ups”. Todas las cervezas previas me
habían hecho escindir la realidad, hacerle un agujero paralelo al tiempo y a la
cordura. Meterme con ella tras esa cortina de probador de ropa, a probar
nuestros labios, había sido un suicidio.
No sé cómo, pero la escena siguiente que recuerdo, es que
ella estaba entre mis brazos, bailando, mientras nos besábamos tiernamente.
Sentía el corazón salírseme pensando que su novio podía descubrirnos, vendría con
sus amigos matones… estaba acabado pero enamorado tontamente también...
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