La
cámara en primer plano, desde la cabecera de la cama, en un cuarto, enfoca a
Kelly. Juguetona, después de una droga química inyectable, psicodélica, me
mira, a la cámara, sonriente. Yo le digo que me mate, porque sé que estamos
dentro de un sueño y podemos soñar lo que queramos. Pero yo empecé mal,
entonces, para resetear, necesitaba morir, para volver a soñar lo que yo
quería, que era la realidad.
Ella
cogió el cúter y me empezó a apuñalar la pierna izquierda, por dentro, salía
sangre pero no tanta. Ella tenía miedo de darme en la cara, y me tajó las venas
del brazo; yo le dije: “aquí, Kelly”,
y me dio en el corazón, de donde salió harta sangre.
Se
me fue nublando rápidamente la vista; sentí la tibieza de la sangre en mi
pecho, y asocié esa tibieza a la muerte, la cual me hizo resucitar a un nuevo
sueño con Kelly, que es mi vida normal.



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