Infectados



Lily se levantó la parte izquierda del bikini, mostrándole una preciosa tetita de pezón sonrosado. Alex no supo como reaccionar. Lily se cogió el seno con la mano izquierda y lo apartó del otro. Al descubrir aquella herida pululante de gusanos púrpuras, Alex dio un sobresalto y los ojos se le llenaron de horror.


I.- LA ALDEA


El día que Alex llegó a la aldea, una extraña niebla espesa y sucia cubría el valle; y mientras el camión descendía, la sensación de estar sumergiéndose en una pecera tóxica, se acrecentaba en él.


Cierto hedor sulfurante le quemaba las vías respiratorias, las manos se le cubrieron de sudor frío, y el cuerpo le temblaba sin poder evitarlo; aunque trataba de aparentar sosiego ante el profesor Arriaga, que lo había llevado consigo por considerarlo su mejor estudiante.


El amanecer le dio paso a una mañana plomiza y fría.


Los habitantes de aquel lugar andaban con expresión de peces enfermos: el pecho hundido, la espalda encorvada, los ojos acuosos, y la piel amarillenta y fláccida. Por un momento Alex quiso escapar de allí, marcharse en seguida.


Y sin embargo, hacia el medio día, la oscuridad cedió un poco y oyó algunos niños reír en la plaza. Oyó una voz deliciosa y femenina, se volvió a mirar, la chica jugaba puerilmente con un par de niños; su voz, medianamente grave, tenía la tonalidad cantarina de los lugareños. Le sorprendió lo bien formada que estaba.


Otros dos jóvenes, como él, también admiraban su belleza pero ella parecía no darse cuenta del deseo que causaba en los hombres. Jugaba con los niños como si ella misma fuese uno de ellos.



2.- UNA NINFA


La pelota cayó cerca de Alex, y ella se acercó corriendo a recogerla, sus miradas se cruzaron, los ojos de ella al descubrir a Alex destellaron una sensualidad lasciva, que lo dejaron pasmado, ella le sonrió casi imperceptiblemente, sosteniéndole la mirada un par de segundos, luego corrió hacia los niños y reanudaron el juego.


Alex no pudo pensar en otra cosa el resto del día que en aquel ser angelical de mirada diabólica que lo había hechizado en una fracción de segundo con sus ojos grandes, profundos como lunas negras. Pensó en las piernas largas y esbeltas, en los sensuales y carnosos labios rosas, y la voz embriagante.


Aquella chica debía ser la personificación de la naturaleza, una ninfa perdida y adoptada por los nativos, pues en un ser humano no se podía conjugar tanta gracia y malicia a la vez… Alguien de su grupo lo llamó; e instantes después, cuando volvió la mirada atrás, la chica que lo había encandilado ya no estaba.


3.- EL SUMINISTRO DE AGUA


Mientras trabajaba en el estanque del hospital, Alex fue enterándose de muchas cosas.

-...Por eso los gringuitos se escaparon al toque, pues compañero -le dijo el chico de cabello erizado con el que le había tocado limpiar el estanque. -Los íbamos a linchar-, agregó bajando la voz.

Si era cierto que habían creado una mutación del Ébola, en verdad estaban en una situación bastante jodida. Recordó sus clases de virología: "primero vienen las convulsiones, luego el cuerpo se cubre de llagas que drenan constantemente una sangre purpúrea y espesa, hasta ser todo el cuerpo una purulenta herida sangrante". Una muerte bastante miserable.


"Estos gringos belicosos de mierda", pensó, mientras una bola de miedo se le asentaba en la boca del estómago.


Alex estaba aterrorizado de poder infectarse, aún así, no supo cómo negarse cuando el del cabello erizado le alcanzó con la mayor fraternidad, un jarrito con chicha fermentada y un panecillo dulce.


Con cada bocado que daba, Alex sentía que se llevaba el virus a la boca. Con sudor y penuria logró terminar su tormento; y luego ambos se dispusieron a desatorar el suministro de agua.


***


El otro palanqueó con fuerza el conducto, el agua fue incrementándose hasta llegarles a las rodillas, pero seguía obstruido. En eso oyeron un trinar agudo, como el de una gigantesca bandada de pájaros acercándose, cada vez era más fuerte. Un inmenso chorro estalló, y con él aparecieron una infinidad de animalejos, que se dirigían chillando directamente hacia las piernas de Alex.


Ratas!, miles de ratas buceando en la corriente cristalina. Alex se quedó absorto. A pesar de tratarse de tan repugnantes criaturas, era un espectáculo digno de admiración verlas nadar en sincronía bajo el agua transparente, con la misma elegancia de las mejores gimnastas acróbatas.


***


El problema fue que el agua no dejó de fluir, y a las pocas horas el pueblo estaba empapado, totalmente anegado. Alex se quedó observando a los niños chapotear en los charcos. Era como un carnaval para ellos.


4.- LA FIESTA


Les dieron unos trajes similares a los que usan los bomberos, y fueron a incinerar el depósito de animales de la farmacéutica en lo alto del monte. Minutos después, la gente se congregó en la plaza para ver arder aquel edificio que consideraban poseído por espíritus maléficos.


Al atardecer, el manto oscuro que cubría la aldea empezó a enralecerse hasta que se vio una parte del cielo límpido, y apareció una estrella; parecía palpitar al ritmo del corazón de los aldeanos.


Cuando la nubosidad se disipó en su mayor parte, los tambores hipnóticos retumbaron y empezaron un ritmo frenético.


Las mujeres bailaban en una ronda interior, y los hombres las cercaban dando giros; era una visión alucinante iluminada por el incendio.


Corrían los licores y los brevajes alucinógenos. Alex que estaba en medio del jolgorio bebiendo todo lo que le pasaban, en cierto momento, se vio rodeado de carneros, cerdos, lobos, vacas, perros, pájaros... la gente había mutado a su forma primigenia, ¡no podía ser!


Miró sus manos peludas, y ahora los otros chillaban y brincaban a su alrededor. Una risa profunda lo poseyó, y los latidos de los tambores y las danzarinas lenguas de fuego, lo sacaron de sí mismo, y por primera vez, su alienación burguesa lo abandonó durante todo este trance.


En la ronda, de repente se vio bailando con la chica a la que había dedicado la mayor parte de sus pensamientos. Ella le sonrió y sus ojos oscuros como lunas negras, resplandecieron con el fuego del monte.


Ella era la noche, el río, el árbol, el cielo, ella era la fruta que brotaba desde el fondo de la tierra.


Las palabras que le dijo se confundieron en la mente obnubilada de Alex, con el murmullo de los astros, que a lo lejos, también parecían hablarle.


Las manos de ella sujetando las suyas, las miradas entrelazadas, y el espíritu del fuego danzando ante ellos, lo trasladaron a una dimensión interestelar, y supo de qué se trataba la vida; y supo que tras el velo de la ilusión, todos somos uno.


"Me llamo Lily", le había dicho aquel ángel, con su voz de tintineo de estrellas. Así, Alex se enteró de que todo destino estaba determinado; supo a qué había ido allí; y supo también que era feliz.


Con lágrimas de emoción, despertó al día siguiente, tirado en la plaza; todo a su alrededor era un pandemonio, como si en verdad hubiese explotado el planeta. Algunos se arrastraban, unos sollozaban y reían a la vez, y otros hablaban incoherencias; pero de Lily, no había rastro.


5.- AMANECER DE GUSANOS


La nubosidad purulenta se había disipado por completo con el amanecer, dando paso a una luz solar de vivificadores tonos.


Tan intenso era el azul del cielo, que Alex sintió que él también, de algún modo, era una rata acuática nadando en busca de la libertad, en este inmenso acuario de oxígeno llamado Planeta Tierra.


Las semillas fervían ante el calor penetrante del sol; incluso las podridas se revolvían mostrando las jugosas conchas, pulposas, abiertas y burbujeantes.


Los charcos, ciénagas, y arroyos, se habían convertido en el caldo de cultivo de miles de millones de gusanos que se arrastraban en todas las direcciones posibles, cubriéndolo todo.


Alex se quedó atónito ante semejante fenómeno, y se dirigió al laboratorio del profesor. Éste ya se encontraba estudiando algunos bichos. Alex cogió unas pinzas y pomos, y salió al bosque en busca de más muestras.


6.- EL BOSQUE.


El bosque exhalaba un débil estertor en lugar del acostumbrado bullicio; hasta el borboteo del agua era más espeso; y el revoloteo constante de pajarillos e insectos había desaparecido por completo. Sólo se escuchaban chapoteos y sonidos viscosos, como si un inmenso falo lúbrico estuviese violando a la madre tierra.


En la ribera del arroyo, Alex pudo contemplar a sus anchas las increíbles mutaciones de los parásitos; los habían de todo tipo, esféricos, estrellados, con apéndices ramificados, algunos poliédricos e irregulares.


Observó cómo uno, al arrastrarse sobre un escarabajo varado, le ulceraba la piel secretando un moco ácido, para luego meterse por la herida y comérselo desde adentro.


Alex concluyó que lo que éstas criaturas gelatinosas, carentes de una membrana exógena (una concha, o un cascarón), que los proteja, buscaban, era precisamente eso, tomar posesión de un cuerpo para habitarlo, desalojando a su inquilino natural.


7.- ALEX SE INFECTA


No podía creer que aquellas criaturas endebles en realidad eran máquinas de hacer el mundo papilla, reventándolo desde adentro, sometiéndolo con su sed de jugos linfáticos.


Estaba muy metido en estas cavilaciones, cuando un raspón tras la rodilla izquierda le arrancó un aullido lastimero.


Salió del agua lo más rápido que pudo; al examinarse la herida vio un pequeño gusanito, de un verde intenso, paseándose orondo debajo de la herida, que se había puesto traslúcida.


El corazón de Alex retumbaba como si dentro se hubiese desatado una feroz tormenta. Un hormigueo general bajo su piel lo hizo sentir febril.


Cogió todos los frascos con las innumerables muestras que habia recolectado, y corrió hacia el laboratorio del profesor.


Cuando llegó a la puerta, sentía en la herida, una pelota que lo hacia cojear, una especie de tumor maligno que se revolvía en sí mismo.


8.- LA EXPLICACIÓN DEL PROFESOR





Alex le enseñó la pelotita de parásitos detrás de su rodilla izquierda. El profesor no pudo evitar hacer un gesto de repugnancia. Cogió unas pinzas y extirpó las larvas una por una.


-Retirar los huevecillos es imposible, Alex -dijo secándose el sudor de la frente con la manga. -Lo que haremos será ir retirando las larvas que vayan apareciendo para que la herida no se expanda, hasta que encontremos un antídoto definitivo.


Cuando Alex terminó de tomarse el suero, el profesor Arriaga le dio unas palmaditas tranquilizadoras en la espalda. Alex exhaló.


-¿De qué organismo se trata exactamente, profesor?


El profesor Arriaga paseó sus ojillos vivaces por el laboratorio atestado de pantallas e instrumentos, y la fijó en los frascos de cristal junto al microscopio electrónico.


-Al parecer, se trata de un agente infeccioso que, aunque suene extravagante, tiene preferencia por la carne fresca... viva... -dijo el profesor, lanzando una mirada de soslayo a la herida de Alex.


-Este animalito -continuó en modo explicativo, -dispone sus huevecillos en mallas reticulares llenas de cierto jugo nuclear, que por alguna misteriosa razón se transforma en un ectoplasma capaz de inmunizarlos. Por lo que deshacerse químicamente de ellos, por ahora es imposible.


Desde el lente del microscopio, la pequeña larva de coloración verdosa movía suavemente el penacho de tentáculos retráctiles, ante los sorprendidos ojos de Alex. Generaba la impresión de ser totalmente inofensiva.


-En cada tentáculo posee dos pequeñas espículas que usa para triturar la carne -continuó el profesor; -y para trasladarse, ya sea en el agua o en la sangre, posee dos largos flagelos, apéndices móviles que usa como piernas...


Alex vio que una manchita roja parecía mirarlo desde la cabecita erguida.


-Sí Alex, esas manchitas rojas son los ocelos, y aunque son unos ojos muy simples, son ojos al fin... Todo un prodigio de la ingeniería genética, eh? -dijo, con cierto brillo en los ojos, como sí el mismo hubiese sido el autor del prodigio.


-¿Quiere decir, profesor, que... son indestructibles?


-Hummm... -El profesor miraba por encima los frascos con las muestras que había traído Alex. -Lo que tenemos que descubrir básicamente es de qué está compuesta la sustancia que los recubre; entonces podríamos atacarlos libremente.


Después de hacer una significativa pausa, el profesor se pasó la mano por el cuello, y con voz grave, agregó:


-Me temo que este no es el mayor de nuestros problemas, Alex. Allá afuera hay algo mucho peor...


Alex lo miró exaltado, anhelante.


-Existe otra cepa más agresiva, letal... de coloración sanguinolenta. Esta cepa no se queda en la superficie de la piel, sino que se interna rápidamente en el organismo para depositar sus huevos en el torrente sanguíneo, llegar hasta los ojos, y anidar en el cerebro, del que se alimenta con avidez, causando innumerables estragos, tanto fisiológicos como conductuales.


-Así es que si por alguna adversa razón te topas con este tipo de alimaña de coloración violácea, huye tan rápido como puedas, pues además de ser letal, es altamente contagiosa, solo basta el más mínimo contacto corporal para que las esporas que genera se adhieran a tu piel, o entren a través de las vías respiratorias.


-...Lo peor no es la muerte en sí -añadió reflexivo, -sino la forma "sucia" de morir...


-¿A qué se refiere con "sucia forma de morir", profesor?


En ese instante, unos alaridos escalofriantes alarmaron a toda la Aldea, provenían de la plaza.


9.- EL CONVULSO EN LA PLAZA


-Allí, profesor! -dijo Alex, señalando un tumulto de gente desdibujado por el humo. A esas alturas, la aldea tenía el aspecto de un campo de guerra, por todos lados quemaban prendas, muebles, y todos los cachivaches que pudiesen estar infectados.


El humo se extendía en densos racimos grisáceos. Maestro y alumno, se miraron esperando lo peor. El profesor se ajustó la gruesas gafas y se dirigieron rápidamente hacia el corro.


-Es el profesor! -gritaron algunos, abriéndoles el paso.


-Qué nadie se acerqué! -ordenó el profesor desde el centro, apartando a la gente del enfermo, que totalmente hinchado, convulsionaba en el piso. Tenía las venas negras, necrosadas, como si la sangre se hubiese muerto dentro de ellas; los ojos grandes y desorbitados, cubiertos con una película de telillas rosáceas, como cataratas, que sin embargo, se movían allí dentro en suaves ondulaciones.


La gente no movía un solo músculo ante tan escabroso panorama. Una extraña palpitación empezó a ser cada vez más audible, y el olor putrefacto que exhalaba el miserable cuerpo se incrementó hasta ser casi insoportable.


Fue entonces cuando, producto de la presión interna, los globos oculares le estallaron con violencia, liberando una infinidad de pequeños, violáceos y mucosos gusanillos.


Por la nariz, boca y oídos, entre secreciones viscosas y chasquidos, empezaron a salir -como si se tratase de carne molida saliendo del procesador-, miles de aquellos gusanos asquerosos. Cuando el cuerpo hinchado reventó, abriéndose por las venas negras, salieron gusanos de tal gordura que no tardaban en reventar ellos mismos, liberando millones de larvas a su vez, que nadaban en una linfa lechosa.


Entre jugos, larvas, sangre y excrecencias, se empezó a formar un inmundo charco en torno al miserable cadáver.


10.- LAS TURBAS


Hasta que alguien cubrió de combustible la asquerosa masa y le prendió fuego. De pronto, empezaron a arrojarse combustible unos a otros, incendiándose. El instinto por supervivir era tan desesperado que no reconocían en el otro, al pariente o al amigo.


El profesor y Alex corrieron a refugiarse en el laboratorio.


Trepado sobre la repisa de caoba, saturada de pomos y pócimas, Alex hacía equilibrios para no caerse, tratando de observar a través de la alta ventana, lo que ocurría afuera.


Una de las turbas que se había formado, examinaba con una antorcha a una jovencita desnuda, en medio de la calle. Todos estaban completamente desnudos y pelados para demostrar que no estaban enfermos, ni que representaban peligro alguno.


-Está infectada! -gritó una mujer mofletuda.


-Solo se ha quemado con el sol -la defendió un valiente.


-Ayer estuve toda la tarde en el río lavando mi ropa -confirmó entre espasmos de llanto la adolescente. -...Y me quemé en el sol... no estoy infectada! -repetía para sí una y otra vez, sorbiéndose la nariz de tanto en tanto.


-Estuvo en el río! -la acusó la rolliza mujer. Tenía el bigote erizado, y por su papada resbalaban largos chorros de sudor.


Los demás se mantenían expectantes, mirando con suspicacia la piel enrojecida de la chica.


La gorda la cubrió por completo con petróleo, y antes de que la chica pudiera darse cuenta, ya corría desnuda como una antorcha de ébano, lanzando llamaradas y gritos por todos lados, hasta que al fin cayó retorciéndose como un insecto chamuscado.


La turba rápidamente se reagrupó y se dirigió hacia el laboratorio. Si encontraban la herida de Alex, sería su fin.


Golpearon la puerta como para tumbarla. Con ayuda del profesor, Alex saltó por la ventana trasera, y corrió sin detenerse hasta que, exhausto, se tumbó en lo profundo del bosque.


Allí reinaba un silencio muerto.


11.- EXILIADOS





Lily salió de la cascada cristalina con los pezones enhiestos, transparentándose en el top amarillo. Sus largas y esbeltas piernas doradas reflejaban sensuales brillos; su cabello oscuro y ondulando acentuaba su estela de misterio.


Alex la tenía a unos siete pasos, emergiendo de la cortina de agua, como una especie de eclipse, de aurora boreal, o una lluvia de meteoritos.


Quiso acercarse, atraído como una pieza de metal a un electroimán. Ese era el término correcto: lo que aquella figura generaba en él era electricidad.


Tragó saliva cuando sintió nuevamente las ya olvidadas cosquillitas detrás de la rodilla izquierda. Una sensación fría y metálica recorrió su cuerpo: estaba infectado. Era imposible acercarse a esa chica en su condición, pues la contaminaría también, la destruiría. Lo mejor era irse lejos de allí, lejos con su desgracia, con su podredumbre y su desesperanza...


Lily sacudió la cabellera, y luego el cuerpo; sus grandes y firmes tetas oscilaron de una forma magnífica. Alex la miraba cautivado, no podía entender cómo se conjugaba en ella tanta sensualidad y candidez al mismo tiempo.


Sin embargo, los finos rasgos de su rostro esta vez estaban velados por el dolor, parecía caminar descalza sobre vidrios rotos en un día frío.


Alex sintió cómo todas las ganas que había tenido de abalanzarse sobre ella, se le desvanecieron al verla llorosa, sombría. En aquel instante, sintió como uno de los parásitos que tenía anidados en la carne, empezaba a reptar ascendiendo por su muslo, sentía cómo el asqueroso gusano se retorcía y avanzaba, dejando una especie de sustancia mucosa tras él.


Lily descubrió a Alex entre los arbustos y lo llamó con voz contenida.


***

Se levantó la parte izquierda del bikini, mostrándole una preciosa tetita de pezón sonrosado. Alex no supo cómo reaccionar. Lily se cogió el seno con la mano izquierda y lo apartó del otro. Al descubrir aquella herida pululante de gusanos púrpuras, Alex dio un sobresalto y los ojos se le llenaron de horror.

Una lágrima fugaz resbaló por el rostro de la nena.


Larvas violáceas se enroscaban en pequeños montículos esféricos, donde a modo de colmena, se gestaban huevecillos granates, semitransparentes.


Alex sabía que debía alejarse, pues era la cepa sobre la que tanto le había advertido el profesor; sin embargo, cogió las pinzas e intentó extirpar las larvas.


Al arrancar una, Lily gimió de dolor, la herida burbujeó un líquido aguado y rojizo, un gusano de un rojo visceral asomó la cabeza sobre la herida, luego se enrolló y se internó en la profundidad de la carne.


12.- EL CHICO DE LA BICICLETA

Unos gritos de júbilo estremecieron aquel rincón de la selva; el chico del cabello erizado venía haciendo piruetas con una bicicleta acrobática, saltando por la ribera del arroyo, salpicando miles de gusanos por todas partes, como si alguien hubiese presionado un gigantesco aerosol tóxico. La escasa gente congregada en los márgenes del arroyo corría desesperada, gritando, tratando de no ser alcanzada por los bichejos.

Alex y Lily se ocultaron detrás de un gran árbol; desde allí vieron tropezar al ciclista, y mientras salía disparado por el cielo lanzando un grito fatal, de su inmensa boca salió una especie de culebra, que no era otra cosa más que miles de parásitos enrollados, actuando como un solo ente. Saltó al agua desde el aire; y el cadáver, un pellejo de grasa informe, cayó justo ante los aterrorizados ojos de Lily.


Alex la cogió de la mano y la alejó de allí.


13.- LA MAGIA DEL AMOR


Lily temblaba tanto que Alex tuvo la impresión de que en cualquier momento se desplomaría. Ya sin importarle el contagio, atrajo la frágil figura contra su pecho, y allí, entre suspiros, Lily fue calmándose.


Alex sintió como los pequeños monstruos tomaban su cuerpo, trepaban mordisqueándole la piel hasta abrirse paso por las pequeñas heridas. Era verdad que estaba aterrado, pero tener entre sus brazos, arrullada en su pecho a tan noble criatura, le infundía valor.


Sin decirse nada, sentían como los gusanos iban infestando paulatinamente sus cuerpos.


El sol atizó sus brasas. Cada cierto tiempo, los dos cuerpos enlazados como uno solo, se sacudían a los intrusos, como si de molestas moscas se tratase.


***

Lily apretó las caderas contra el sexo duro de Alex, le cogió la mano y acarició sus senos con ella. Le ofreció los labios rosados y entreabiertos.

Hicieron el amor en medio de aquella corrupción, agusanados como dos cadáveres en descomposición, aunque las pequeñas mordeduras parecían de algún modo excitarlos más -o era que tal vez, ya no eran ellos los que se entregaban con mórbida avidez al placer, sino los pequeñuelos, que ya habían ocupado sus mentes...


Tuvieron sexo durante tanto tiempo que las reservas de Alex se encontraban desbordantes de esperma.


Cuando Lily sintió las contracciones del miembro de Alex dentro de ella, lo sacó instintivamente, se arrodilló frente a él como si de un antiguo tótem se tratara, lo chupó y lo agitó con fruición, hasta que el espeso líquido seminal salió disparado en grandes chorros, y cayó como mana que cae del cielo. Impulsada por una fuerza desconocida, arcaica, subconsciente y brutal, Lily se puso debajo y se bañó en él.


Los gusanos empezaron a caer fulminados de su cuerpo desnudo. Las heridas se secaron como si hubiesen sido quemadas por un potente ácido. Las larvas amarillentas de los ojos de Lily también se disiparon. Lily cogió la ardiente sabia blanca que aún chorreaba por sus pechos erguidos, y untó con ella también a Alex.


***


Al verse libres de los parásitos, Alex y Lily sonrieron con alivio, y se miraron enamorados. Sabían que permanecerían juntos el resto de sus días.


FIN

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